Reportajes
Dejemos de hablar de cerebro femenino' y masculino'
Daphna Joel y Cordelia Fine, The New York Times
Durante los siglos XVII y XVIII en Europa, el surgimiento de los ideales de igualdad creó la necesidad de probar científicamente la naturaleza inferior de la mujer. Así nació la complementariedad biológica de género, la noción de que, como lo explica la historiadora de la ciencia, Londa Schiebinger, en The Mind Has No Sex: “A las mujeres no se les consideraba simplemente inferiores a los hombres, sino fundamentalmente diferentes a ellos y, por lo tanto, no se les podía comparar”. Desde entonces, de una u otra forma, ese concepto ha perdurado y ha provocado a la ciencia para que explique el estado del género.
En la médula de este concepto está la creencia persistente de que puede ser útil y significativo insertar la naturaleza del hombre y de la mujer en dos categorías o “tipos naturales”, que son distintos y atemporales, y tienen un profundo fundamento biológico. La versión actual de esta idea continúa una búsqueda de siglos para encontrar en el cerebro el origen de esta supuesta divergencia de habilidades, preferencias y comportamientos: por ejemplo, se puede encontrar esta idea en libros populares como Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus de John Gray, publicado en la década de los noventa, El cerebro femenino y El cerebro masculino de Louann Brizendine, de la década posterior, y Results at the Top: Using Gender Intelligence to Create Breakthrough Growth de Barbara Annis y Richard Nesbitt, impreso el año pasado.
Sin embargo, una versión del mismo supuesto algunas veces también está sutilmente presente en la investigación científica. Consideremos, por ejemplo, la importante teoría de empatía-sistematización del cerebro del psicólogo Simon Baron-Cohen de la Universidad de Cambridge y la teoría complementaria sobre el autismo “del cerebro masculino extremo”. Esta presupone que existe un tipo de cerebro en especial que “sistematiza”, al que podríamos describir significativamente como “el cerebro masculino”, el cual acciona formas de pensar, sentir y comportarse que distinguen al niño y al hombre típicos de las “empáticas” niña y mujer típicas.
También se pueden considerar estudios que hablan sobre las diferencias de sexo en la estructura cerebral en términos de dos tipos de cerebro. De ahí surgió un estudio de Madhura Ingalhalikar y sus colegas divulgado mundialmente acerca del conectoma —es decir, la enorme red de conexiones entre las diferentes regiones del cerebro— que concluyó que “el cerebro masculino está estructurado para facilitar la conectividad entre la percepción y la acción coordinada, mientras que el cerebro femenino está diseñado para facilitar la comunicación entre los modos de procesamiento analíticos e intuitivos”.
El problema de estos planteamientos es el supuesto implícito de que las diferencias de sexo, ya sea en la estructura cerebral, la función o el comportamiento, ‘se acumulan’ constantemente en las personas para crear “cerebros masculinos” y “cerebros femeninos”, así como “naturalezas masculinas” y “naturalezas femeninas”.
En 2015, una de nosotras, Daphna Joel, encabezó un análisis de cuatro grandes grupos de escaneos cerebrales y descubrió que las diferencias de sexo que vemos en general entre el cerebro masculino y femenino no se observan clara ni constantemente en los cerebros por separado. En otras palabras, los seres humanos por lo general no tenemos cerebros con características mayor o exclusivamente “típicas femeninas” o “típicas masculinas”. En cambio, lo que es más común tanto en hombres como en mujeres son cerebros con mosaicos de características, algunas de las cuales son más comunes en los hombres y algunas más comunes en las mujeres.
Posteriormente, Daphna Joel y sus colegas aplicaron el mismo tipo de análisis a grandes grupos de datos de variables psicológicas para preguntarse: ¿las diferencias de sexo en las características de personalidad, las actitudes, las preferencias y los comportamientos se acumulan de manera uniforme para crear dos tipos de seres humanos, cada uno con su propio conjunto de características psicológicas? Una vez más, la respuesta fue negativa: en cuanto a la estructura cerebral, las diferencias crearon mosaicos de rasgos femeninos y masculinos de personalidad, actitudes, intereses y comportamientos. Por ejemplo, en los datos de 4860 adolescentes del Estudio Nacional Longitudinal de Salud de Adolescentes, las variables en las que más diferían las chicas y los chicos incluían la preocupación por el peso, la depresión, la delincuencia, la impulsividad, las apuestas, la participación en las tareas del hogar, la participación en los deportes, y la puntuación en cuanto a feminidad. Hasta aquí, esto va de acuerdo con la norma del género. Sin embargo, ninguna persona tuvo solo puntuaciones femeninas o masculinas en estas variables. En cambio, lo que fue normal tanto en los hombres como en las mujeres (el 70 por ciento, para ser exactos), fue un mosaico de características femeninas y masculinas.
Además, en octubre de este año, un análisis del mismo laboratorio de más de 2100 cerebros humanos, mediante el uso de algoritmos que agrupan cerebros matemáticamente parecidos en conjuntos o tipos, demostró que los tipos de cerebro típicos de las mujeres también son típicos de los hombres, y viceversa. Las grandes diferencias de sexo solo se encontraron en la presencia de algunos tipos de cerebro poco comunes.
En esta conceptualización, si en verdad el autismo es más frecuente en los hombres, esto puede asociarse con una diferencia entre los sexos en los casos en que aparezca una extraña combinación de características cerebrales, y no con la idea tradicional de que el típico cerebro masculino es un poco más “autista” que el típico cerebro femenino. De hecho, en un estudio reciente se descubrió que los hombres con algún tipo de autismo tenían una combinación atípica de patrones de actividad cerebral “parecidos a los femeninos” y “parecidos a los masculinos”.
Aquí el punto clave es que, pese a que existen diferencias de sexo en el cerebro y el comportamiento, cuando nos alejamos de las diferencias a nivel de grupo en cuanto a características únicas y nos concentramos en el nivel del cerebro o la persona por separado, encontramos que las diferencias, sin importar su origen, por lo general más bien “mezclan” y no “acumulan”. (La razón de esta mezcla de características es que los efectos genéticos y hormonales del sexo sobre el cerebro y el comportamiento dependen de muchos otros factores e interactúan con ellos). Esto da como resultado muchos tipos de cerebro y de comportamiento, que no entran en un tipo “masculino” y “femenino” ni tampoco se alinean ordenadamente a lo largo de un continuo femenino-masculino. Incluso cuando nos centramos en solo dos características psicológicas, las personas no se alinean en un continuo de, digamos, un sistematizador extremo u “orientado hacia las cosas” —supuestamente el polo masculino— a un empatizador extremo u “orientado hacia las personas” —el polo femenino—. En cambio, como se ha demostrado en estudios recientes, la tendencia a empatizar que la gente informa tener casi no nos dice nada acerca de la tendencia a sistematizar que expresa, y quizá la gente esté muy orientada tanto a las cosas como a las personas, o hacia una de ellas principalmente, o hacia ninguna.
La idea de cerebros o naturalezas fundamentalmente masculinos o femeninos es una idea errónea. Los cerebros y el comportamiento son producto de las interacciones combinadas y continuas de innumerables influencias causales, que incluyen factores ligados al sexo, pero van mucho más allá de ellos.
La afirmación de que la ciencia nos dice que es poco probable que haya una mayor fusión de los roles de género debido a diferencias “naturales” entre los sexos se concentra en diferencias de sexo promedio en la población, a menudo en combinación con el supuesto implícito de que cualquier cosa en la que pensemos que los hombres son “más”, es lo más valioso para los roles dominados por los hombres. (¿Por qué otra razón algunas organizaciones impartirían talleres de autoestima para las mujeres, y no entrenamiento en modestia para los hombres?). Pero el mundo está habitado por personas cuyos mosaicos particulares de características no pueden predecirse a partir de su sexo.
Así que sigamos trabajando en vencer los estereotipos de género, los prejuicios, la discriminación y las barreras estructurales antes de concluir que el sexo, a pesar de no ser una buena referencia de nuestros cerebros y características psicológicas, es un sólido elemento determinante de la estructura social.
regina
Notas Relacionadas
No hay notas relacionadas ...