Editorial
La crisis de consciencia de Estados Unidos
Por Laurene Powell | The New York Times
Punto de inflexión: La política migratoria de tolerancia cero del gobierno de Donald Trump, la cual exige que cualquier persona que cruce la frontera ilegalmente sea procesada, provoca la separación de miles de niños de sus familias.
El audio fue hecho público a las 15:51 del 18 de junio de 2018.
La grabación captó a diez niños centroamericanos que lloraban y suplicaban a agentes y trabajadores consulares en unas instalaciones de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos. El material fue obtenido de una fuente que se arriesgó a ser despedida por darlo a conocer y publicado por ProPublica, la organización de periodismo de investigación sin fines de lucro.
Los niños habían sido separados de sus padres y familias como parte de la política de tolerancia cero del gobierno de Donald Trump de procesar a cualquier persona arrestada cruzando ilegalmente la frontera entre México y Estados Unidos. El audio, que dura 7 minutos y 47 segundos, permite escuchar a niños que lloran sin cesar y gritan “Mami” y “Papá” una y otra vez. Una niña salvadoreña de 6 años ruega a alguien que llame a una tía cuyo número ha memorizado. Entre los llantos, sobresale la voz de un agente de la Patrulla Fronteriza que bromea. “Bueno, aquí tenemos a una orquesta”, dice con frialdad e indiferencia. “Faltaba el maestro. A ver…”.
Todos nosotros, en distinto grado, mostramos desconocimiento sobre algunos de los problemas del mundo. Algunas veces simplemente no nos damos cuenta del sufrimiento de aquellos que nos rodean. Otras, lo ignoramos deliberadamente, y elegimos, por una u otra razón, negar o ignorar una realidad difícil o dolorosa. Todos tenemos nuestras razones y excusas para hacerlo.
No obstante, en ciertos momentos esa ignorancia, sin importar su naturaleza, se desvanece. En ocasiones quedamos expuestos de manera brutal a una verdad tan irrefutable, a un sonido o una imagen tan impresionante, que no hay manera de sacárnosla de la mente y la memoria. Es una experiencia tan dolorosa que logra lo más elusivo, la transformación que los políticos, los comentaristas y los vendedores pasan sus vidas tratando de lograr: un cambio en nuestra forma de ver el mundo, una epifanía ética.
Eso fue lo que ocurrió cuando ProPublica publicó estos 7 minutos y 47 segundos de audio.
¿Por qué? Porque todos nosotros —cada ser humano en el planeta— reaccionamos ante el llanto de un niño. Estamos programados para ello. ¿Qué sonido es más primitivo, más desgarrador, más vívido, más capaz de hacer callar el ruido para conectarnos con algo más profundo? ¿Qué sonido es más efectivo para disipar el peligroso mito del tribalismo y recordarnos la verdad esencial de nuestra humanidad común?
Esa grabación —esos 7 minutos y 47 segundos, junto con la atención que los periodistas dieron a los niños migrantes, la oposición pública sin precedentes de dos ex primeras damas y una oleada de condenas del público general— fue verdaderamente un grito que se escuchó en todo el mundo, una chispa que encendió aún más nuestro debate migratorio y lo convirtió en una conflagración. Y desde la perspectiva de la justicia, el fuego fue bienvenido.
Las encuestas de Gallup de julio, en el momento álgido de la crisis de la separación de las familias, revelaron que los estadounidenses consideraban que la inmigración era el problema más importante que enfrentaba el país, y esa fue la segunda vez en la historia de la firma encuestadora que este tema ha encabezado la lista. Posteriormente, las encuestas también demostraron que la oposición a la política de separación de familias había alcanzado lo aparentemente imposible en nuestro polarizado clima político: había cruzado las líneas de los partidos, volviéndose la fuente de la indignación bipartidista.
Dos días después de que se publicó el audio, el mismo presidente estadounidense, Donald Trump, cedió a la presión y emitió una orden ejecutiva que comprometía al gobierno federal, al menos en muchos casos, a mantener juntas a las familias bajo custodia.
En una semana, un juez federal ordenó al gobierno que reuniera a las familias separadas, una decisión que no puso fin al sufrimiento. Hasta el momento en que escribo esto, 140 niños —incluyendo algunos menores de 5 años— permanecen separados de sus familias.
Tristemente, los informes indican que algunas familias siguen separadas.
Se sabe que al menos una niña, una guatemalteca de 20 meses llamada Mariee, murió después de enfermarse bajo custodia federal. E incluso aquellos que han vuelto a reunirse con sus familias quizá sufran consecuencias a largo plazo por el trauma que padecieron.
Mientras tanto, el gobierno de Trump no ha mostrado signos de retractarse de su ambición mayor de detener la inmigración —legal e ilegal— y desmantelar las tradiciones de Estados Unidos como refugio para las masas agotadas, empobrecidas y hacinadas de otros rincones del mundo.
Entonces, lo que se requiere en 2019 y más adelante no solo es la revocación de una agenda migratoria en marcado desacuerdo con los ideales más altos de este país y el fin de la retórica divisoria y de odio desplegada en su nombre. Necesitamos algo más: un cambio en nuestros corazones, expandir nuestra capacidad de entendimiento moral.
“Me siento horrorizado ante la apatía moral, la muerte del corazón, que es lo que está ocurriendo en mi país”, alguna vez comentó James Baldwin sobre otra crisis de consciencia en Estados Unidos en los años sesenta.
Nosotros también debemos temer a la apatía ahora que enfrentamos nuestra propia crisis de consciencia. Los niños y las familias migrantes que se encaminan de manera legal a Estados Unidos hoy son similares en prácticamente todos los sentidos a aquellos que han llegado a este país —y han contribuido tanto a su éxito— desde nuestros primeros días.
¿Por qué no podemos ver que estos recién llegados poseen exactamente los mismos valores y atributos —perseverancia, independencia y una determinación inspiradora de darles a sus hijos una vida mejor— que siempre hemos considerado estadounidenses por excelencia?
La pregunta fundamental que debemos responder mientras lidiamos con la inmigración en este país no es —ni nunca ha sido— sobre un conjunto específico de inmigrantes.
La pregunta no es: “¿Quiénes son ellos?”; la pregunta es: “¿Quiénes somos nosotros?”.
Jamileth